Desaliento

En ocasiones baja mucho la capacidad de hacer cosas o de creer en uno mismo cuando las cosas no van por el camino que se piensa que es el adecuado o se duda sobre la vía a seguir. Se produce un bajón (el famoso “going down” de las canciones) que anquilosa el espíritu y deriva en una suerte de inacción que apaga paulatinamente el empuje. Sabe uno que debe oponer resistencia a ese proceso; es importante buscar adaptación a cualquiera que sea la fase por la que se cruza.
Saber doblarse
En una ocasión me dijeron que yo tenía una alta capacidad de resiliencia y tuve que buscar en el diccionario porque no conocía el significado, nunca había oído ese término. Parece ser que es la capacidad de adaptarse al medio por difíciles que sean las circunstancias. Ese saber ser “junco” frente al viento para doblarse tanto y tantas veces como sea necesario sin quebrarse.

Pero nadie nombra al miedo, inherente a toda situación adversa que muchas veces paraliza la propia capacidad de acción o de búsqueda de solución. Ese miedo que según parece debe aportar la adrenalina necesaria para reaccionar también implica una serie de torpedos que impactan sobre la línea de flotación de la autoestima, bajando algunos enteros la propia valoración personal y aportando dudas sobre las competencias personales laborales e incluso vitales de quien las sufre. Y se produce una espiral peligrosa y dañina que añade duda y resta valoración y autoestima en una progresión gradual que no parece tener freno.

Durante estas circunstancias se tiende a creer en mayor medida a los agentes externos y las opiniones que estos vierten que a nuestras propias convicciones o valoraciones interiores. La duda, los miedos interiores y la parálisis que supone un largo periodo de inacción crean grietas interiores que se pueden sellar solamente con la ayuda de apoyo externo, empuje exterior que hay días que ni la familia ni los amigos pueden aportar. Esa valoración externa que actúa como refuerzo es tan necesaria que hay que saber encontrarla para poder seguir respirando y oxigenándose en esta trayectoria que- si no conseguimos adaptarnos -puede resultar asfixiante y opresiva.

El problema es que las mismas sogas que nos atan a esta inacción castradora son atadas y ajustadas por nuestra propia mente, que puede resultar tan cruel y demoledora como brillante en otras ocasiones donde se puede ver con certeza la luz del sol.

Ante esta situación solo queda la lucha. Interior y exterior. Revolverse ante las perturbaciones vitales y mostrar los dientes y la fiereza de cada uno. Como en las arenas movedizas, hay que evitar caer aún más. Hay ramas en la orilla, hay salientes a que agarrarse, hay luz tras la tiniebla.

Mi aprecio ante todos los que se giran y gritan. Mi solidaridad ante aquellos que sufren pero siguen empujando la barca contra la tempestad. Aunque no se trate de vencer, sí se trata de sobrevivir. Y hay que hacerlo conservando la cordura mínima necesaria para seguir oteando el horizonte del futuro con una brizna de esperanza. 

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