Buenos días irónico


Cuando nos sumergimos en aquellas vorágines laborales de archivos, gestiones y todo el “papeleo informático” que rodea nuestro rutinario transitar por el estrés diario a veces nos aislamos de tal manera que el trato humano entra en su fase más débil. Aquella efectividad acelerada que te imponen resta tanta empatía entre nosotros hasta el punto de no interactuar más que para la burocracia instalada en el mundo de una empresa cualquiera. Trabajo, trabajo, trabajo.
Por eso, reivindico el humor, que una pequeña salida de tono jocosa, o una burla ante la autoridad competente relaja la tensión, crea unión de grupo, ese cemento necesario para crecer. Un comentario afilado sobre algún resbalón ortográfico ajeno y algunas risas compartidas forman equipos de gente muy heterogénea que aprende a remar hacia adelante. Ese apunte socarrón de un compañero veterano que ya ha pasado por muchas guerras. Tiene mucha mili… Te hace sonreír.
Las micro-conversaciones en la sala de descanso, curiosa manera de llamar al establo donde acudimos a abrevarnos y “retozar en la paja” de las pausas de 5’, llenan el vacío comunicativo de cada día.  
Ayudan en momentos bajos, desahoga penurias, en ocasiones enciende y te hacen hervir la sangre, pero aúnan mucho, incluso la rabia compartida ante decisiones que perjudican.
La situación laboral no está para verbenas, y las balas certeras de las ETT y los puñales de la reducción de tarea sobrevuelan la sala con frecuencia y da la sensación que todos andamos con la cabeza gacha no cayera una colleja imprevista.
El humor y la ironía, pura grasa para aceitar las relaciones humanas.
Por eso cuando llego por la mañana y alguien me da una instrucción imperativa del estilo “…tienes que hacer…” a modo de saludo, mi respuesta suele ser un buenos días irónico. Por propia salud mental.

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