Caminata
Caminaba deprisa con la vista demasiado baja, aquella
primavera merecía levantar la mirada, hasta los arbustos tenían otro color. La
frondosidad era notable, los árboles aparecían recios, con ramas repletas
mostrando esplendor al caminante.
Pensé en el trampolín que había imaginado para escribir.
Vive
la vida. Dentro de la vorágine de una sociedad cada vez más
acelerada y enloquecida aparece aquel paréntesis que hay que aprovechar. Un
rincón de paz alejado del ruido. Un remanso alejado y difícil que de repente
irrumpe sonriendo.
La cotidianidad gritona y escandalosa que generaliza la
histeria y enloquece a la comunidad entera se ha detenido en un recodo y me
permite ver, analizar y pensar.
Eso
estoy haciendo. Pero marcho con la cabeza baja, entristecido
también por la falta de actividad remunerada. Ralenticé la marcha, levanté la
cabeza y me propuse observar con más atención, ensanchar los sentidos y
disfrutar más. Sin reproches, sin puyas autoinfligidas que minen la moral.
Busco herramientas que me permitan mantener la cordura y
la tensión a partes iguales, pequeñas metas diarias que preñen el día a día de
ilusión para hallar el valor necesario en todas las actividades diarias que
tienden irreversiblemente al tedio.
Encontrar placer en la actividad física, el esfuerzo, la
consecución de ligeros logros.
Caminar solía lograr el múltiple objetivo de ilusionar
antes, agradar mientras y satisfacer luego. Seguía persiguiendo el placer de
moverse tratando de evitar que la simple repetición arruine alguna de las
ventajas o todas a la vez. Trato de hallar esa nube de pequeña satisfacción que
tan esquiva se muestra de un tiempo a esta parte. Poder aspirar la humedad del
bienestar, el aroma de la satisfacción y empaparme de energía vital que me
regale la mejor de las sonrisas. La mía.
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