Barba de náufrago
He vuelto a dejarme crecer toda la barba. Forma
parte de mi personalidad. En ocasiones, hay que dejar que tu cuerpo te hable y,
escuchándolo, te das cuenta de que te aporta información. Información sobre la
esencia. La barba me recuerda al náufrago y el náufrago me recuerda esa parte
de mí, solitaria y meditabunda. Suelo hablar conmigo mismo – incluso en voz
alta – analizando, buscando alternativas, descubriendo nuevas aristas en esta
vida poliédrica que te rodea, cubriendo tu realidad con diversas caras que te miran
con los ojos afilados.
Ese yo que busca paz interna para poder transitar
tranquilo por la senda que corresponde a cada etapa. Los maillots han dejado de
resaltar y el color de gos quan fuig se
instala en el cerebelo garabateando sombras que oscurecen la cúpula.
Pero sigo adelante utilizando trucos para engañar la
ansiedad, como cuando corro, que, si no voy fino, enfoco la calle como si
llevara un frontal luminoso para concentrar en el ahora y el siguiente paso
cada vez. Ese simple paso continuado evita la sensación de “no puedo más”, “voy
mal” para revertir la energía de “hasta la columna”, “una manzana más”, “en el
semáforo, descanso”.
Y el náufrago sigue buscando esa actividad
placentera que llene su mundo y dé sentido al transitar. Caminando por el
sendero. No se puede parar, no puede dar marcha atrás. Los sueños se difuminan
en momentos preñados de incertidumbre.
Tiempo de pensar. Pensamientos fugaces, ideas
errantes, chispazos de inspiración en un mar ensuciado por malas vibraciones.
Ese punto asocial que me hace sentir mejor solo. Las compañías ayudan y
oxigenan, pero también desestabilizan una nave con tendencia a zozobrar en
tempestades interiores.

Comentarios
Publicar un comentario