Crónica de un sueño




Un sueño canadiense

Finalizar un viaje tiene algo de despertar. Es como volver al día a día después de haberse saltado rutinas, horarios y comidas y entrar en una pequeña espiral de aconteceres especiales. Empezando por el traslado. Un viaje en avión, largo, muy largo, con una escala intermedia. Atravesar un océano primero y - todo seguido - un contiente de punta a punta.
Aquí sufrimos el primer revés, porque el paquete que contratamos indicaba que los vuelos los llevaba a cabo Air Canada, pero nos llevamos la ingrata sorpresa de que los transoceánicos de entre 7 y 8 horas de duración los llevaba a cabo Air Canada Rouge (compañía low cost dependiente de la propia Air Canada). Con aviones antiguos, reconvertidos y con asientos añadidos que limitan mucho el espacio entre asientos y con ninguna oportunidad de entretenimiento a bordo hicieron que los vuelos primero y último del viaje aparecieran como manchas en el cómputo global. Curiosamente, los vuelos domésticos (5 horas cada uno al tener que cruzar el continente) que sí eran de Air Canada madre contaban con aviones mejores, más modernos y preparados. Estos vuelos fueron más cómodos aunque frugales ya que al ser domésticos no ofrecían alimento sólido a no ser que se pagara aparte; sólo bebidas.
Con todo, un viaje de más de 20 horas siempre afecta al cuerpo y al sueño al cruzar muchas zonas horarias. La llegada al hotel se convierte en una pequeña odisea, más si el GPS del coche de alquiler se confabula con el cansancio y el sueño acumulados e incita al error de ruta enviándote lejos del objetivo real. La primera noche se descansa mal y los primeros días notamos la deriva en los huesos y la claridad de ideas.
Pero no nos amedrentamos. Tras levantarse el primer día en territorio desconocido fuimos a descubrir. Descubrir los manjares de los desayunos nativos, los transportes urbanos para llegar al centro y el downtown y el puerto de la primera ciudad de destino, Vancouver.

Nada más llegar creímos que era niebla lo que impedía una visión clara de los espacios abiertos y achacamos a esa circunstancia la escasa visión. Pero nos enteramos de que la provincia de la British Columbia (de extensión es como Francia, Alemania y Bélgica juntos) estaba afectada por una humareda enorme proveniente de más de 600 incendios que quemaban al norte y que afectaba a la calidad del aire. Y a la visión. No se distinguía mucho…

Los primeros días del recorrido tienen el mismo tono gris de la foto. Aquellas maravillas de la naturaleza que nos rodeaban solo eran visibles a un palmo de la nariz. Cuando era necesaria perspectiva en la lejanía todo se difuminaba y ejercitábamos la vista tratando de achinar los ojos para “intuir” los que no se distinguía en lontananza.
No nos detuvo sin embargo, y a la mañana siguiente cargábamos bultos y maletas y nos dirigíamos al este, primer destino Penticton, una villa turística con playa, encajada entre dos lagos que intuimos cerca el valle de Okanagan. De allí saltamos a Revelstoke siguiendo la autopista 1, la transcanadiense y buscando acercarnos a los parques nacionales situados en la frontera con la siguiente provincia, Alberta. En Revelstoke, y a pesar de la neblina que producía el humo, descubrimos una de las grandes bondades del territorio, la abundancia de agua. En este caso el caudaloso Columbia River, majestuoso.

Allí nos mezclamos con los habitantes del lugar, cenamos en un diner, probamos la cerveza local y disfrutamos de la música en un concierto al aire libre que amenizó nuestro paseo nocturno.
En el Parque Nacional de Revelstoke ya empezamos a vislumbrar otra de las maravillas del lugar, sus bosques, sus árboles, muchos cedros gigantes que salpican la mayoría de parajes de este lugar y que provocan la mirada extasiada del visitante.

En ruta hacia el este descubrimos un recodo en el camino especial, el bosque de Hemlock Grove, una mini ruta senderista a través de un entramado de árboles enormes y plantas y arbustos altos y muy grandes. Un paseo de ensueño. 

Muy cerca de allí entramos en el Parque Nacional de Banff a través del impresionante Paso Rogers, que en esta ocasión solamente podemos situar mentalmente a través de los indicios que nos permite ver el humo reinante.

Ya dentro del parque y antes de alcanzar Banff, llegamos a Lake Louise, una maravilla enclavada entre montañas que mostró entonces parte de su encanto aunque faltara la visibilidad completa.

Pasear a la orilla de este lago que nos recuerda a algún fiordo despierta los sentidos y permite alejar augurios y pensamientos negativos. Admirando esto solo se puede sonreír o quedarse abstraído.
Banff es una pequeña ciudad donde todo parece estar dispuesto para el visitante y sus vacaciones. Tiendas abiertas hasta altas horas de la noche, restaurantes, calles llenas de gente; semejante tal vez a una ciudad alpina. El humo, seguía cercenando sueños y haciendo la puñeta. No veíamos todo aquello que habíamos venido a ver.


Aprovechamos la ocasión para visitar los alrededores y aunque no pudimos alcanzar el primer objetivo del día, Moraine Lake por exceso de visitantes, sí pudimos llegar hasta Johnston Canyon, un paseo entre barrancos que nos mostraba dos cataratas magníficas (lower y upper).

Cataratas, bosques, ríos caudalosos, glaciares. Los parques nacionales tienen de todo. Hasta fauna. De hecho, nos vimos obligados a parar y acortar una caminata porque nos avisaron del avistamiento de un oso en la zona y no nos atrevimos a importunarlo.

También buscamos otra de las delicias de la zona, el Minnewanka Lake para descubrir, aunque solo fuera parcialmente, su hermosura. Paseamos por los alrededores, respiramos su paz, nos empapamos de su magia.

Tratábamos de poner buena cara, de maravillarnos por todo lo que veíamos, incluso fuimos a las termas cercanas a Banff para bañarnos en sus aguas. Solo había una pega, el maldito humo. Al día siguiente, cambiábamos de parque nacional; abandonábamos Banff para llegar hasta Jasper, un poco más al norte, también en Alberta. La maravilla del día suponía circular por la Icefields Parkway, la autopista de los glaciares, que une ambos parques y que se construyó en la época de la Gran Depresión (años 30). 600 hombres sin empleo fueron reclutados y tardaron 10 años en trazar un paso entre Lake Louise y Jasper. De Parque Nacional a Parque Nacional. Solo de pensarlo ya salivábamos. Pero no contábamos con el humo. Los grandes panoramas abiertos, sin perspectiva, no se ven, solo se intuyen.






Cruzar las Rocosas siempre es una aventura, sean cuales sean las circunstancias. El trayecto fue un intento de divisar y distinguir glaciares con poco éxito, aunque la jornada nos reservaba para el final un dulce maravilloso, unas cataratas cercanas y ruidosas que nos hicieron volver a creer. Athabasca Falls.


Poder verlas de cerca impedía que el humo no dejara admirarlas y así pudimos contemplarlas en todo su esplendor.
Llegamos a Jasper, cansados y algo pensativos. Una de las maravillas del viaje había quedado atrás… ¿Sin remedio?
El día siguiente amaneció algo más claro y decidimos ir a buscar uno de los lagos especiales de este país (y hay para atragantarse), el Maligne Lake. Un panorama también espectacular en el que quisimos adentrarnos dentro del propio lago. Las explicaciones de la señorita que nos informó y la palabra hypothermia haciendo referencia a la temperatura del agua del lago por si nos caíamos acrecentó el espíritu de aventura. Luego pudimos dar fe de la belleza mientras buscábamos aprender a remar sin dar demasiadas vueltas en redondo.


Saliendo del lago, una idea iluminó nuestras mentes; si el día era más claro. ¿por qué nos retrocedíamos para ver aquello que no pudimos ver ayer? Dicho y hecho; carretera y manta. Marcha atrás para poder divisar maravillas, que era una de las razones del viaje. No se veía al 100% pero sí mucho mejor que el día previo.





De regreso a Jasper todavía pudimos hacer una ruta senderista en el valle de los Cinco Lagos, que se adentra en un bosque al principio y de regreso te muestra los maravillosos lagos de este país.


Ya muy cansados nos retiramos a Jasper a descansar, pero aún había una sorpresa que se presentó en la carretera, justo al lado nuestro. Una familia de ciervos, o Cariboos (ciervo canadiense) se puso a pastar en el arcén.

Nos levantamos al día siguiente y decidimos cargar pilas para encarar la jornada que estaba por venir. Un desayuno de la tierra para coger fuerzas.








Abandonamos Alberta para volver a la Columbia Británica y como etapa intermedia nos dirigimos hacia la antigua ruta de la fiebre del oro que también tuvo lugar por aquí. Hicimos dos noches en un pueblo llamado 100 Mile House, que no tenía nada, apenas dos calles tras la carretera y un pequeño parque. De buena gana hubiera aprovechado un día más cerca de Jasper para admirar cosas que se quedaron en el tintero (Maligne Falls, Emerald Lake…). Del tramo hasta la zona donde pernoctamos (South Cariboo) solo destacar la visión del Monte Robson, el más alto de las Rocosas.

De los alrededores, destacar 108 mile Ranch, una retrospectiva donde conservan construcciones de la época de los colonos y un museo. El día volvía a ser turbio.


La mayoría de los días hacíamos una comida de trayecto, comprada en un super, a base de bocatas y algo de fruta para no encarecer más el paquete.
Y es bueno hacerlo así, porque las distancias aquí son enormes y en ocasiones no hay absolutamente nada entre dos puntos o pueblos. No en vano hay rótulos que indican “vigile el combustible; próxima área de servicio a 90 ó 120 kms”.
Porque Canadá tiene mucho de norteamericano y en varias cosas son muy cercanos a sus primos estadounidenses. La comida, el agua y las bebidas antes de empezar a comer, las particularidades que dificultan la comprensión del idioma (¿cómo quiere vestir la ensalada?, ¿qué tipo de pan le sirvo? ¿qué le ponemos al lado? son maneras de decir salsa, condimento o acompañamiento que muchas veces te dejan con cara de tonto intentando adivinar a qué rayos se refiere el camarero). En este tipo de cosas, los canadienses son muy similares a los yankees; pero, afortunadamente, usan el sistema métrico decimal y para nosotros es mucho más comprensible contar kilómetros y litros que millas y galones.
Por lo que pudimos comprobar, mucho turista interior viaja en caravanas para tener su propia casa itinerante.


Partimos del South Cariboo en un día otra vez muy nublado para dirigirnos a Whistler, penúltima etapa del viaje.

A pesar de las nubes, siempre nos acompaña una de las grandes bellezas de este país, los bosques.


Pasamos por unos cañones que provocaba el río Fraser y nos adentramos en zona de alta concentración indígena y que conserva algunos símbolos indios. Parada en Lillooet.



Cerca de Whistler paramos por casualidad en un área de descanso (de estas hay muchas, todas ellas equipadas con lavabos de fosa séptica que permiten aliviarte sin necesidad de ensuciar). Allí partía una ruta senderista hacia unos lagos y -con alguna reticencia- decidimos tomarla. La ruta de Joffre Lakes alcanza tres lagos (lower, middle y upper) y la llegada al middle se hace exigente por una subida pronunciada y salpicada de escalones que dificulta la llegada. Pero cuando uno llega se encuentra con una auténtica maravilla para los sentidos. El Middle Lake.





Fortuna o casualidad, no estaba previsto alcanzarlo y llegar hasta allí nos permitió admirarlo con detenimiento. Confieso que me obligué a guardar el móvil para dejar de fotografiarlo y dedicarme a admirarlo directamente. En ocasiones estamos demasiado pendientes de sacar la foto y nos olvidamos de contemplarlo.
Llegamos a Whistler que es una macro estación de esquí con una ciudad creada a medida del visitante con la parte central solo apta para peatones. 













Allí cogimos la góndola y el peak-to-peak que son teleféricos que unen la ciudad y el inicio de las pistas y la unión de dos pistas.





Una vez en las pistas hicimos senderismo y tomamos también un telesilla que nos trasladó a 2180m. a un puente colgante de reciente construcción que pasa por encima de un glaciar. 



La estructura es metálica y sólida, pero se mueve con el paso de la gente y asusta ligeramente. No apto para personas con vértigo.







Finalmente, el último día llovió, volvimos a Vancouver bajo la lluvia. Nos alojamos en un hotel cercano al puerto y tuvimos acceso a vistas de la ciudad.



Mi última actividad en Canadá fue ir a correr por la bahía de Vancouver con una temperatura de 14º. Maravilloso.

Una cena espléndida en un steakhouse de la zona y a la cama. Al día siguiente, nos esperaban unas cuantas horas de vuelo para volver a casa.

Canadá quedará en la retina y en la memoria.
Thanks. Merci.


Bosques, ríos, glaciares, árboles, animales. Naturaleza. Silencio. Paz.
Un sueño canadiense.

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