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Mostrando entradas de julio, 2018

Túnel

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Llega un momento en que el día deja paso al crepúsculo. Sin darte apenas cuenta entras en el túnel. El túnel del nómada. Se apaga la luz y progresivamente se va oscureciendo tu realidad. El piso sigue mojado y pedregoso y a oscuras se hace peligroso. La bóveda se hace pequeña, parece como si se fuera a caer, para tragarte en su tiniebla. Tú desprendes la única luz, un pequeño haz que a duras penas cumple su función de guía. Débil, cansada con ese aspecto de vela moribunda. Desaparecen los matices, la claridad en las formas. Todo se difumina en gris oscuro. Los ojos ya no ven más allá de la punta de la nariz. Ya no hay ritmo vital, el corazón va más despacio; el aire se espesa y cuesta de llenar los pulmones. No hay diafragma que ayude y la supervivencia desdibujada se adueña del físico, del químico y del moral. Los tres yoes sufren de ese bajón sostenido y continuo que aparece como paisaje de todo el trayecto impregnando el espíritu de alquitrán que se pega maloliente a tu áni...

Recuperar la ilusión

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Esa sensación anticipada de una actividad placentera que supondrá un rostro sonriente, unos ojos bien abiertos. La alegría inherente a aquel paseo de vacaciones por parajes desconocidos en buena compañía. Aquellas ganas de saltar, ese empuje vital que invita a bromear. Ese juego infantil que supone enfocar toda la atención en una mini-competición inocente. Las ganas de reírse de todo y de todos de manera irremediable como un adolescente alborotado. El significado me es familiar. Lo he experimentado en unas cuantas ocasiones. Habitualmente, aparece esa sensación de manera espontánea. Simplemente se anticipa el placer como aquella boca que se deshace en saliva ante la expectativa del manjar que ya llega. Pero a veces esa chispa no se produce. La bujía se convierte en un harapiento mecanismo sin vida. Trato de arrancar a patadas la descarga pero me da la sensación de que  la máquina  necesita desperezarse. Es necesario quitar esa pátina gris que todo lo cubre, esos t...

La sobreestimulación como enemiga del disfrute

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Recibimos tal cantidad de estímulos a diario que cargamos nuestro recipiente de sensaciones recibidas hasta recalentarlo como un enchufe abarrotado de clavijas. Nuestro centro neurálgico recibe tantas novedades innecesarias y de manera tan continuada que el ánima de recepción de mensajes sobrevive flotando en el tedio, lánguida ante la repetición de medianías insustanciales. Es necesario “cerrar” tanto acceso para centrarse en una o unas pocas entradas con el fin de poder disfrutarlas como se merece y en condiciones. Hay que aprender a cerrar los ojos y abrir los demás sentidos. Agudizar el oído paseando en el monte, buscando tonalidades diferentes en roces, voces y soplos; concentrar la recepción de sensaciones del tacto en la epidermis más exterior buscando el detalle del contacto por nimio que resulte; calibrar ese aroma de café recién hecho -aunque se hayan apropiado de él los anuncios- y paladear pausadamente ese manjar para poder apreciar el sedoso dulce de la miel mezclado...